miércoles, 8 de agosto de 2007

CONTRA EL BIPARTIDISMO

Aunque no se trata de una fórmula infalible, para descubir a bote pronto la profundidad social o política de un territorio siempre resulta aproximativo valorar la cantidad de su oferta. Por ejemplo, si en su arco parlamentario tienen peso real (decisión de poder) cuatro o más fuerzas distintas, ahí hay vida. Cataluña y Euskadi son dos ejemplos. Sin embargo, ese valor fue astutamente difuminado durante la transición hasta conseguir el panorama actual, un calco del norteamericano, donde la pugna se reduce a dos tendencias (iguales a nivel económico) que se distinguen bien por el conservadurismo (PP/Bush), bien por la imagen progre (PSOE/Al Gore). El resto poco pintan, con las excepciones nacionalistas, que se se han convertido en un grano para las mayorías y por eso cada poco es normal que desde ambos bandos se recuerde la necesidad de un cambio electoral que, directamente, las haga desaparecer. Y es que el cariño por la diversidad propia y su riqueza no es el factor dominante entre buena parte del poder español. Se ve también en el fútbol.
El balompié ibérico también es bipartidista. Madrid o Barça; Benfica o Porto. El hispano, sin embargo, cuenta con cierta tradición de equipos rebeldes (Real, Athletic, Atlético, Deportivo, Sevilla, Valencia...), algo que en Portugal se reduce al Sporting y como mucho al Boavista. Pero esa falta de diversidad que los lusos perciben como un problema y que las propias autoridades intentan aliviar, en sus vecinos se considera una bendición alimentada por los poderes públicos. La televisión estatal lleva todo el verano anunciando a bombo y platillo que ofrecerá "la pretemporada íntegra de Real Madrid y Barcelona". Eso incluye bolos intrascendentes y fuera de hora con equipos del tercer escalón británico o la liga china. El resto de clubes no existen. Ni siquiera aunque posean sus derechos de emisión. Ayer, el Dépor debutó en casa ante el Atalanta. El partido abría un torneo de gran prestigio como el Teresa Herrera. Pero no se pudo ver en las pantallas públicas. ¿Para qué? ¿Acaso jugaban los dos grandes? Y es que no vaya a ser que se empiecen a romper los bipartidismos y la gente despierte a la existencia de muchas más opciones que las subliminalmente impuestas, algunas realmente mejores que las dos de turno, por supuesto. Así que calladitas. Sea para jugar al fútbol o para cambiar el país.

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