La muerte es la circunstancia humana más extendida. Casi siempre dolorosa, resulta especialmente cruel cuando se ceba en personas jóvenes, como ocurre por decenas en las carreteras o en las noches desesperadas. Pero a veces un fallecimiento sobrepasa lo que siempre debería ser: un hecho privado. Ha ocurrido con el sevillista Antonio Puerta, un chaval zurdo y canterano víctima de problemas en el corazón. Ahora recibe un baño de masas lleno de cariño y también algo de involuntario espectáculo. Normal, llevaba una camiseta. Porque, a pesar de que muchas veces ellos mismos lo olviden encogidos por la ola del negocio, los futbolistas son mitos del pueblo. Forman parte de esos héroes de la clase obrera a los que cantaba John Lennon. Que en medio del golpe guarden un momento para reflexionar sobre lo que eso significa, y también a lo que les obliga. Las calles de Sevilla se lo han puesto a huevo.
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