domingo, 15 de abril de 2007

CÓDIGO GENÉTICO

(Publicado hoy en La Opinión A Coruña)

EL ADN DEL APOCALIPSIS

Rodri Suárez

Es chocante que dentro del propio fútbol sean algunos de sus estudiosos los que más empeño pongan en negar los amplios aspectos que definen este deporte. Técnicos, jugadores e incluso directivos inciden a menudo en que sólo lo que ocurre en el césped (con sus tácticas y demás) determina la suerte de un equipo, aunque luego sean múltiples los factores que decantan las balanzas y las temporadas. Parece que les molestan las identidades, quizá porque chocan con la concepción nómada a las que les obliga su profesión. Pero al final, y sin negar la importancia de lo casi matemático o del genio individual, resulta que cada conjunto posee un código genético propio, una personalidad que siempre se gana un hueco en los planes de campaña. Por algo un buen hincha suele tener presente esa frase según la cual “pasan los futbolistas, los entrenadores o los presidentes, pero el club siempre permanece”.

Ejemplos de la importancia de la tradición en el presente de un equipo hay muchos. El Barcelona sabe que soportará tiempos bajos de lustro en lustro, y también es consciente de que sus éxitos sólo llegarán con la apuesta por el buen juego y algún puñado de manteca holandesa. Así ha sido siempre. El Real Madrid, por su parte, necesita sentirse superior para hacerlo efectivo. Es adicto a la cercanía del poder. Su elevada autoestima le hace notar que cuando falla es por error propio, nunca por acierto ajeno, y en caso de fracaso, esa carga suele provocarle una crisis de personalidad difícil de curar en espacios cortos de tiempo. Poco importa si entrena Valdano o Capello, si juega Camacho o Butragueño, sus urgencias son otras y de ellas dependen en gran medida sus resultados. Hay más casos, como el temblor constante del Atlético, siempre capaz de ahogar en sus remolinos a cualquier jugador de altísimo nivel, sea Kezman o Valerón. O el Valencia, donde el estilo sobrio en el juego es la única forma de sacar la cabeza entre los sudores de un entorno con tendencia al enfado instantáneo, quizá como reflejo de las contradicciones de una ciudad que aún no sabe si es referencia europea o simple capital de provincias.

En A Coruña, del Dépor se sabe que lleva en las venas sangre de superación, una capacidad para motivarse en noches difíciles en la que poco importa que pueda blandir un once de estrellas o de chavales que empiezan; los resultados suelen ser grandiosos igual, van en el espíritu. Inseparable del club también es la tendencia al conflicto extrafutbolístico, aquello que Irureta llamaba “salsa rosa” y que en más de una ocasión ha dinamitado la imagen de la entidad en el exterior. Otro factor eterno es la mezcla que depara éxitos, que siempre necesita un entrenador de carácter discreto (Arsenio, Jabo...) que cuente con varios jugadores de clase a su mando. Tal vez, así es también su ciudad, de fachadas muy brillantes que a veces tapan las limitaciones interiores.

Otro caso curioso es el de su rival de hoy y siempre. El Celta lleva en los genes la marca del apocalipsis inminente. La tradición obrera y sufrida de Vigo parece haber creado un halo de pesimismo victimista que le impide disfrutar de sus buenos tiempos. A la Champions le siguió un descenso, ahora la Uefa se acompaña de nuevos sufrimientos en la cola. Y en ambos casos, reacciones dudosas, como fue el fugaz paso de Radomir Antic, que recuerda bastante a la actual y algo frívola apuesta por Hristo Stoichkov. Y es que los celestes parecen llevar el ascensor tatuado. Poco importa que, como ahora, dispongan de una notable plantilla. Como en otros tantos clubes, les pesa más el ADN.

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