domingo, 8 de abril de 2007

RESTOS OLÍMPICOS

(Publicado hoy en La Opinión A Coruña)

LO QUE QUEDA DEL 92

Rodri Suárez

El año 1992 fue de contrastes y, desde luego, un año histórico, si es que ese concepto existe más allá de la obviedad. La Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona simbolizaron el progreso democrático del estado español y le otorgaron una exitosa proyección internacional que pareció borrar definitivamente la gris herencia de la larga sombra franquista. Sin embargo, detrás de aquel innegable avance también hubo sus agujeros negros. Ese punto álgido significó el principio del final del gobierno de Felipe González, que murió de éxito y comenzó a abandonarse en los brazos de los casos de corrupción. También fue tiempo de protestas por la conmemoración del Quinto Centenario del descubrimiento de América, que dejaron al descubierto los horrores del genocidio indígena. Detrás de las obras que acondicionaron Barcelona surgieron las pistas que luego hincharon la ahora omnipresente burbuja inmobiliaria. Y también avergonzaron los tristes métodos usados para limpiar la Ciudad Condal de maleantes que eclipsaran el efecto maquillaje. Fue un triunfo social con trampa. Quien mejor lo definió fue el sensacional humorista Ivá, que se burló de la icónica imagen del pebetero encendido con una flecha lanzada por un invidente asegurando en sus viñetas que "lo único que hicieron fue darle a un botón". Parecía una herejía , pero unos cuantos años después se descubrió que esa fue la realidad.

En lo deportivo, Barcelona 92 supuso un importante salto de calidad. El equipo español obtuvo una relevante cosecha de medallas, entre ellas la de Oro en fútbol. Pero resulta que el balompié es competición residual en unos Juegos. Por lo tanto parecía aquel momento un perfecto punto de partida para que el deporte hispano abandonara el monocultivo futbolístico y desplegara un auténtica pasión por otras modalidades, a semejanza de lo que ocurre en países de primera como Estados Unidos, Francia o Inglaterra, todos ellos caracterizados por llenar estadios en tres o cuatro disciplinas, no sólo en una como pasa aquí. Pero no. Han pasado tres lustros y el fútbol mantiene su dictadura. Lo demás sólo interesa cuando gana Induráin, Nadal, Alonso o Gasol. En caso contrario, es una pequeña nota a pie de página mientras las molestias del delantero de turno ocupan varias planas por petición popular.

Las contradicciones del 92 también alcanzan a los dos jugadores que aún siguen hoy en activo de los 22 que se colgaron el Oro en el Camp Nou. Uno es Santiago Cañizares, buen portero y amigo de los tintes y cierta prepotencia típica entre los rosas futbolistas de esta época. El otro pisa hoy Riazor. Y no usa productos para el pelo simplemente porque no tiene. En él no hay rastro del glamour endiosado del que fue su compañero en la Villa Olímpica. Pero su carrera es todo un ejemplo de profesionalidad y trabajo, silencioso pero efectivo a su nivel. Se llama Antonio Pinilla. Juega en el Nàstic de Tarragona.

El mediapunta, de 36 años, sigue siendo uno de los futbolistas de más calidad del modesto conjunto catalán a pesar de que las evidencias físicas limitan sus minutos. Sin embargo, hace bueno el tópico de que "el que tuvo retuvo". Lo vio el Dépor en el choque de la primera vuelta, cuando sus entradas en el área pusieron en más de un aprieto a los de Caparrós, que acabaron pidiendo la hora en casa del colista.

Sin embargo, no fue la digna trayectoria de Pinilla tan reluciente como la de sus amigos de la generación del 92. No ha alcanzado los éxitos de Kiko, Guardiola, Luis Enrique, Amavisca, Manjarín o el propio Cañizares. Debutó en el Barça, pero pronto tuvo que emigrar y pululó por Mallorca, Albacete o Tenerife hasta llegar a Tarragona, donde lleva ya seis años. Su oro no brilla tanto como otros. Quizá es demasiado discreto, tal vez no sean estos tiempos para los amantes del rock alternativo y la ópera, como él, tipo interesado en la política, algo poco corriente en ese reino de la Play Station que son los vestuarios. Son las injusticias del perfil bajo. Por fidelidad a él, Pinilla evita convertirse en otro Salva u Oleguer y se niega a hablar de su ideología en público. Si lo hiciera, es posible que tuviera mucho que decir de las sombras de su querido e histórico1992.

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