domingo, 6 de mayo de 2007

ERROR DE MARIÑEIRO

En un espectacular y agredido territorio costero de apenas quince kilómetros conviven tres municipios gallegos. Son Fisterra, Corcubión y Cee. Conforman un trío lleno de rivalidades pero complementario entre sí. Fisterra aporta leyenda y esencias mariñeiras; Corcubión pone los despachos de la burocracia y la dignidad de las viejas casas de piedra mientras que Cee se reserva el comercio y el ansia capitalino. Hay matices, pero cada localidad tiene su papel. Y no es fácil encontrar alguien que reúna de manera individual tantas características. Pero se puede intentar. Por ejemplo, buscando en el Dépor. Más de un periodista que sigue al conjunto blanquiazul procede de aquella zona, que también ha dado jugadores del pasado como Traba o Castreje. Uno de los políticos herculinos que más se ha destacado por su pasión blanquiazul (Henrique Tello, del BNG) también hunde sus raíces en esa comarca occidental de A Costa da Morte. Y, por supuesto, allí nació el presidente deportivista, Augusto César Lendoiro. Quizá en él aparezcan juntas todas las características de Fisterra, Cee y su natal Corcubión. Respectivamente, pescadora, comerciante y judicial. Así son ellas; así es él.

Al mandatario blanquiazul le gusta presumir de origen. Confiesa que uno de sus grandes orgullos es la gestión que encabezó en Bergantiños y Soneira cuando estaba al frente de la Diputación, antes de que sus habituales y poco diplomáticas reivindicaciones le relegaran a la fila invisible del PP. Pero sin duda, cuando más evidente hace esa supuesta pasión de cuna es al presentarse a sí mismo como un esforzado trabajador del mar, en la línea de sus paisanos. Una de sus frases preferidas es aquella en la que se define como “pescador que tiene una caña y si no pesca hoy pescará mañana”. La imagen de un Lendoiro calado hasta las cejas en medio del temporal y arrastrando redes de peixe resulta absolutamente irreal. Se refiere a los bancos de futbolistas.

La línea marcada por Lendoiro al frente del club coruñés está repleta de virtudes y defectos. Entre las primeros, tal y como ni siquiera sus detractores niegan, se encuentra un amplio conocimiento del balompié mundial. Es un presidente que sabe de fútbol. No abundan. Y a la hora de las contrataciones eso se ha notado. Muchos de los éxitos del Dépor se basaron en su buen ojo clínico, desgraciadamente combinado con operaciones dudosas que van desde Milovanovic hasta Taborda. Pero las positivas suman una buena lista, escrita además aprovechando espacios de nivel modesto, como por ejemplo los descensos o la elite de Segunda. Ejercicio habitual de los medios al final de cada curso es el de examinar las plantillas de los conjuntos que perdieron la categoría y también los primeros puestos de la tabla de goleadores de la división de plata. En este último espacio explotaron delanteros básicos para entender el pasado reciente del Dépor. Directamente o con una estación intermedia, por ese sendero llegaron Pauleta, Turu o Makaay. También Rubén. Se intentó con muchos más, por ejemplo Soldado o Uche, pichichis de Segunda la pasada campaña. Sin embargo, una presa mayor se escapó rumbo a otro barco.

El Valencia visita hoy Riazor con un gran recuerdo en la retina. Hace un año venció en A Coruña gracias a un antológico gol de David Villa, principal peligro esta noche para los blanquiazules. El asturiano, pretendido ahora por el Chelsea, surgió del mismo caladero donde siempre pescaba Lendoiro. Despuntó en Gijón, en Segunda. Era un diamante en bruto. En 2003, el Zaragoza lo firmó por 2,8 millones, cifra que el Dépor podía asumir entonces. Pero lo capturó otro. Un fallo asumible. Pero por algo los lobos de mar tienen prohibido dormirse en plena marea.

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