Cada vez ocurre menos, pero hoy como cada Primero de Mayo han salido a la calle los sindicatos y, con ellos, las habituales consignas contra el poder y los poderosos. El aspecto de los asistentes a las manifestaciones no se distingue demasiado del de los que acuden cada fin de semana a las gradas de los estadios. La normal pinta de los líderes obreros es la misma que presenta cualquier hincha bufandero, de taberna y grada barata. Sin embargo, algo cambia. Porque el fútbol no siempre está expuesto a las mismas valoraciones que el resto de cosas. El cariño a los que mandan sirve de ejemplo.
Muchos trabajadores de bandera roja añaden los domingos una franja blanca a su enseña en honor al Atlético de Madrid. Durante años, el conjunto del Manzanares fue dirigido por Jesús Gil, un ricachón populista cuyas prácticas delictivas todo el mundo intuía. Pero ello no impidió que fuera bastante querido por las huestes colchoneras. Cuando falleció, el Calderón le tributó un enorme homenaje. Y el campo lo llenaban los de siempre, no 50.000 empresarios sin escrúpulos. Ahí se hizo evidente que algunos de los mismos obreros que atacan al capital cada 1º de Mayo veneran en el plano futbolístico a sus teóricos enemigos. Es una anomalía de difícil explicación. Y que provoca más de una arcada.
Ayer, el periódico del principal grupo de comunicación 'progresista' de España desvelaba que la herencia que dejó Jesús Gil en Marbella (donde fue alcalde) se resume en cientos de casos de corrupción y 30.000 viviendas ilegales. Pocos días antes, una de las estrellas de la emisora radiofónica de ese mismo grupo se había referido al fallecido regidor y ex presidente atlético con un cariñoso y nostálgico "tío Gilito". El mismo personaje es mafioso y benefactor a la vez. Todo un enigma. O no.
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