jueves, 17 de mayo de 2007

PIANISTAS


Uno de los apuntes más recurridos para llenar páginas en épocas de sequía es aquel que se refiere al altísimo importe por el cual se han asegurado las manos de algún gran pianista. A pesar de su valor aparentemente anecdótico, casi todos los lectores suelen reparar en ese relleno, para asumirlo con extrañeza en caso de soledad. Si hay compañía, muchos optarán por trasladarlo al vecino normalmente tachando esas cosas de “chorradas de artista” o “extravagancias de ricos”. Hay mucho de eso, pero también un fuerte calado simbólico que recuerda que cuando uno basa su valor profesional en una virtud principal, se debe a ella cueste lo que cueste.

A los geniales Gomaespuma les acompaña un pianista en su programa radiofónico. Y antes de pedirle que toque alguna canción siempre le preguntan: “¿Llevas los dedos puestos?”. Es humor del perogrullo, pero ahí está la clave. Sin ellos, el músico se quedaría en nada a no ser que imitara el hábil manejo que decían que poseía el actor Errol Flynn para ese instrumento, que hacía sonar con otro, suyo propio en este caso. Pero el pianista normal se debe básicamente a sus manos, como el peluquero a las tijeras o el escritor a la cabeza. Cada uno tiene una característica para hacer carrera. Por ejemplo, si un entrenador basa el mayor porcentaje de su capacidad al grado de motivación que genera ¿en qué se queda cuando él mismo se desmotiva? ¿Puede arengar un deprimido? Parece que no. Por eso, lo normal es que si Caparrós quiere marcharse, el Deportivo se lo permita sin mayores películas. Ha perdido la fe, su valor de cabecera. Obligarlo a seguir, sería hacerle tocar el piano con los codos o con lo otro. Se puede, pero no es lo mismo.

Ya ocurrió hace un año. El técnico andaluz buscó una salida a final de temporada debido a una oferta del Osasuna y, sobre todo, al cúmulo de promesas incumplidas por parte de la directiva. Sin embargo, una cena con Lendoiro similar a la del lunes (algo raro pasa en este club si una reunión entre el presidente y el entrenador se convierte en un acontecimiento cuando debería ser lo normal) constató la continuidad. También formalizó la desconfianza. A partir de entonces, cada minúsculo guijarro se convertía en un alud que minaba ánimos y garras. Quizá por eso, poco a poco el equipo fue desinflando su temperamento hasta alcanzar la triste imagen del derbi en Balaídos y la semifinal ante el Sevilla. Ahí se tocó fondo. A partir de esos acontecimientos, Caparrós perdió definitivamente su virtud referencial. Semeja que en A Coruña ya no la podrá recuperar. Por lo tanto, y porque se lo merece, lo mejor sería agradecerle los servicios y dejarlo ir. La mano de un pianista se puede asegurar, la motivación no.

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