Lo del Dépor con el Sevilla esta temporada está siendo una pesadilla y también una pesadez. Tres partidos se han disputado ya entre los dos equipos. Serán cuatro con el de hoy en Riazor. Por ahora, el balance humilla a los blanquiazules que han recibido nueve goles sin marcar ninguno. Un dato que simboliza bien los caminos de uno y otro. Los locales, apagados pero a salvo de sustos como los de sus vecinos. Los visitantes, con la verbena aún colándose por los oídos después de la fiesta de celebración de la UEFA, que puede doblarse con Liga y Copa. Un rodillo como bien se le definió por A Coruña hace un mes. También una referencia para este verano. No porque el Deportivo esté en condiciones de construir un plantel para luchar por el triplete el curso que viene, sino porque todo indica que tendrá que hacer frente a una maniobra similar a la que efectuó el club del Pizjuán hace dos años: sustituir a Caparrós.
Por mucho que el pequeño incidente de la ida copera le obligue a evitarlo, hablar de un Dépor-Sevilla es hacerlo del utrerano. Aunque en esta ocasión las miras ya señalan con más fuerza hacia su posible reemplazo. La pretensión oficial por parte de Lendoiro es la de que cumpla su contrato pero las gestiones silenciosas parecen indicar lo contrario y han abierto por primera vez la puerta a un posible divorcio de buenas maneras. Si ello ocurre, como por otra parte la lógica recomienda, la entidad coruñesa se verá en un trance al que tampoco está demasiado habituada: la búsqueda de un técnico. En los 19 años de gestión de Lendoiro, sólo ocho preparadores han pasado por el banquillo blanquiazul, una cantidad minúscula si se compara con las que se estilan por el fútbol español pero normal cuando la equivalencia se dirige a otros lugares con menos panderetas acompañando al balón como, por ejemplo, las Islas Británicas.
Por lo tanto, la línea de Lendoiro con los entrenadores es la de evitar las pruebas y apostar por los proyectos, aunque estén gravemente lastrados por la economía como pasa ahora. No era el caso del Sevilla cuando en una rueda de prensa repleta de lágrimas Caparrós anunció que dejaba el equipo de su vida. Pero el que entonces era su presidente, José María del Nido, también buscaba alguien en quien confiar un buen tiempo. Su decisión sorprendió, no tanto por el pasado bético del elegido sino por su perfil personal, bastante alejado del que presentaba un Caparrós al que la grada idolatraba. Llegó Juande Ramos, un personaje de pocas palabras, sin pretensiones sentimentales y menos creyente en los aspectos pícaros del balompié. Ahora triunfa al más alto nivel. Nadie duda de sus virtudes, pero la clave quizá resida en otro factor del fútbol actual. Y es que cada vez hay menos equipos de entrenador y más de jugadores.
El éxito del Sevilla actual es sobre todo el de la buena elección de las piezas que salen al césped. Por eso en los catálogos de la admiración ocupa un lugar más brillante el director deportivo, Monchi, que el propio técnico. De ahí que la elección del sustituto tuviera en su día un peso menor. ¿Está en esa misma situación el Dépor? Para nada. Sus limitaciones le impiden entrar con galones en el mercado, por eso tendrá que esmerarse mucho a la hora de elegir al jefe del banquillo. Porque él tendrá que hacer a los jugadores. Caparrós valía para eso. Pero quizá contaba con tener algo del camino hecho. Cuando vio que no era así, se desmoronó. Ahora, el que venga sí está avisado.
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