Hoy es 6 de marzo. De 2007. Hace cinco años, el Dépor firmó el llamado Centenariazo y yo pude contarlo en un periódico que se agotó de mañana. Se ve que el periodismo tiene cosas buenas. Es un buen día para empezar a escribir un blog. La cábala es importante. Hoy mismo escribí unas líneas para La Opinión sobre aquel día. Se publicaron y se pueden encontrar en www.laopinioncoruna.com. Para los más vagos las reproduzco aquí.
EL DÍA QUE VALIÓ CIEN AÑOS
Uno de los encantos más misteriosos del fútbol es aquel que a veces plantea el interrogante de si un equipo juega por su gloria o contra la gloria del adversario. Lo correcto es asegurar lo primero, pero después resultan habituales esas situaciones en las que una afición a la que no le va nada en un envite solicita lo máximo a sus futbolistas con el único propósito de así dañar a uno de los llamados “eternos rivales”. Las reglas tribales del balompié permiten este tipo de actitudes, a pesar de que resultan tan fronterizas que pueden degenerar, se vio en el último y doloroso derbi sevillano. Por lo tanto, quizá lo normal sea adoptar la vía intermedia. Se juega por el triunfo propio, pero también por negarselo al que está enfrente. Ahí debería quedar. Así ocurrió hace hoy justo cinco años, cuando el Deportivo conquistó su segunda Copa del Rey el mismo día que su contrincante de aquella noche, el poderoso Real Madrid, celebraba con pompa y boato sus cien años de historia. Todo estaba preparado para la imperial fiesta blanca, pero los coruñeses escribieron contra todo pronóstico una de las páginas más bellas de su amplio capítulo de hazañas. Ocurrió un 6 de marzo de 2002, un día que valió por un siglo.
El fútbol no es sólo un deporte en el que se busca el éxito para el disfrute propio y en ocasiones por el batacazo ajeno sino que es también un espacio de magia y justicia poética capaz de superar sus propios límites. Gran parte de su heroica explora el baúl de la superación, ese en donde el minúsculo David acaba con el gigantesco Goliat. Los mitos, en definitiva. En su disciplina, el Real Madrid lo es. Con aquella gesta el Dépor se añadió a la lista. La acta de su ingreso se conoció como Centenariazo. Así será por muchos años. Hay recuerdos capaces de despojarse de la fecha de caducidad para pasar al terreno de las efemérides perpetuas. Los más osados consideran que allí empezó a cocerse el derrumbe del lujoso Real Madrid de Florentino Pérez. Es discutible pero no innegable. Porque la fecha que abrió un bache de un club que ahora arrastra cuatro campañas sin títulos se produjo contra el Zaragoza dos temporadas después, también en una final copera. Los futbolistas merengues tuvieron muy presente la debacle contra el Dépor en los prolegómenos de aquel encuentro. Seguro que a medida que les fallaba el fútbol contra los maños aquel recuerdo se convirtió en paralizante pesadilla. Por lo tanto, si el Centenariazo no fue el tronco que tumbó a los galácticos, desde luego sí que fue la semilla de donde nació.
Porque para entender lo que significó la machada de hace cinco años hay que tener presente lo que era aquel Madrid. Toda la fama de equipo gubernamental, centralista y algo chulesco que acompaña al club blanco (el mejor del siglo pasado según la FIFA y también según un tremendo historial) fue reforzada por el Florentinato, etapa en la que el palco del bernabéu parecía el mayor centro de poder de España. La entidad madrileña había recuperado su mejor versión futbolística gracias a su indudable capacidad pero también a base de talonario después de una operación urbanística que muchos consideraron un pelotazo en toda regla. Ficharon a Zidane y Figo y construyeron un equipo destinado a ganar todo sin bajar del autobús. Sobre todo en su campo y el mismo día que cumplían cien años. De hecho, el choque contra el Dépor parecía un mero trámite anterior a una fiesta más que planificada. No contaban con el sensacional equipo que tendrían enfrente. Ni con su impresionante afición.
25.000 hinchas deportivistas se desplazaron a Madrid un día laborable. Ya llenaban la zona norte del estadio mientras la contraria estaba completamente vacía. Djalminha salió a ver el ambiente mientras los que serían titulares se vestían en la caseta. Mauro le preguntó: ¿Hay mucha gente”. Su compatriota se lo dejó claro: “Está toda Coruña ahí fuera”. Muchas imágenes dejó aquel partido. Pero la más simbólica no fue captada por ninguna cámara. Media hora antes del pitido inicial, Molina salió a calentar. Los seguidores deportivistas rugieron. El meta les respondió alzando los dos puños en señal de rabia y como celebrando un gol. Fue el primero aunque no subiera al marcador. Allí había unos guerrilleros. Enfrente, unos acomodados.
Derrochó garra el Dépor durante el encuentro. En una pequeña gresca, Molina volvió a dejar la foto preponderante. Se encaró a Raúl (el referente madridista) y ahí ya se vio claro que Goliat vestía de blanquiazul. O mejor dicho Hércules, que “agrandó su leyenda” esa noche según se podía leer en la crónica de LA OPINIÓN al día siguiente, con A Coruña enloquecida de felicidad. A las doce de la mañana ya se había agotado toda la tirada, en cuya primera página se veía al equipo posar con la Copa junto al clarificador titular que afirmaba que “el Dépor baila merengue”. Vaya si lo hizo. Y es que no sólo de fuerza se nutrió aquel legendario triunfo.
El equipo que dirigía Irureta era también un prodigio de clase y definición. Sergio marcó el primer tanto entre las piernas de César. Tristán hizo el segundo tras una jugada de Valerón. Mauro fue omnipresente y Fran levantó el título ante los enrojecidos aplausos de Lendoiro. Después vino la gran fiesta. En el mismo local reservado para la del Madrid. Pero el 2-1 sonrió al Dépor. El mito fue blanco, pero con gallegas franjas azules.
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