Ayer fue día de cine. Los viernes, a cuento de los estrenos, periódicos, teles y radios dedican algo más de tiempo del habitual a las pantallas, incluso por encima de acontecimientos como el Barça-Real Madrid de hoy, que esta vez no es partido del siglo, hora era. El caso es que de una de las películas de las que más se oye hablar (aunque creo que todavía no la han estrenado) es de la llamada '300', basada en el comic de Alan Moore sobre la batalla de las Termópilas. Persia, Atenas y Esparta. Sobre esta última circula mucha leyenda negra. Ciudad de guerreros, al parecer llevó al límite la selección natural. Según se cuenta, los niños eran confinados en centros especiales y al llegar a determinada edad sólo los válidos para la lucha sobrevivían, el resto era sacrificado. Ya no hay vidas en juego, pero tampoco han cambiado tanto los razonamientos.
Hoy se juega el clásico de la Liga. Y muchos chavales quieren ser Ronaldinho o Raúl. Siempre ha sido así. Con un matiz, ahora cada vez son más los padres que convierten esa lógica idolatría en una causa vital. Nunca se han visto tantos mayores ni tan desesperados como en los partidos de niños de la actualidad, llenos de progenitores que sueñan con unos hijos famosos y millonarios. La inmensa mayoría no lo conseguirá, y cargará con un estúpido fracaso que no es tal pero que ha alcanzado ese estatus bajo la dominante cultura del éxito fácil. Lo mismo pasa con los jóvenes aprendices de cantante O.T o famoso de Salsa Rosa. Ahora todos colaboran en una nueva selección natural, menos cruenta que la de las Termópilas que igual de cruel. Se quiere dividir a los niños entre los posibles 'triunfadores' y el resto. Gran mentira que además sembrará la calle de juguetes rotos. Pero así está el mundo, lleno de nuevas Espartas detrás de cada casa familiar. Mientras, crear nuevas Atenas parece estar mal visto, por aburrido. Se ve que no conocen las juergas que se corrían muchos filósofos.
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