En medio de todo el ruido derivado de que el Real Madrid también cayó en Champions se me va la mirada a la épica del modesto Celtic, que puso contra las cuerdas al Milan y sólo fue derrotado en el tiempo añadido. Vivir en prórroga se llama este diario. Intenta referirse a la sensación de haber ampliado una estancia, como reconocimiento a la resistencia, a lo bueno que siempre puede estar por venir y también para mezclar un término vital y uno que se relaciona con el fútbol, los dos ejes de todo lo que se escribe por aquí.
Sin salir de los asuntos temporales pienso en Old Trafford, donde el Manchester dejó atrás al Lille. La hiperactividad mental no me da tregua y relaciono ese partido con los relojes parados en determinado momento. En el estadio del United luce uno con las manijas paradas en la hora y el día en que un accidente de avión segó la vida de uno de los mejores equipos de su historia hace casi medio siglo. Ocurrió en Múnich. Y ese reloj parado sirve de homenaje. Pero el resto siguen adelante. No se han frenado. Por otro lado y según me contaron unas amigas hace poco, los que sí que se han detenido para siempre son los de la casa del escritor Jose Saramago. Todos marcan las 16.00 porque esa fue la hora en que conoció a su mujer. Ofrece dos lecturas. Una es de innegable romanticismo, otra (la defendida por los que piensan o pensamos por las circunstancias momentáneas que el enamoramiento tiene mucho de trastorno psicológico agridulce) es la de final, que en ese minuto se acabó la lucha y empezó la acomodada, y quizá feliz, rendición. Que es una exageración, en definitiva. Pero es difícil asegurarlo con rotundidad. Sea lo que sea, lo seguro es que yo prefiero el emocionante tributo del reloj de Old Trafford, donde el tiempo se paró para que todo siga.
1 comentario:
En ambos casos es un homenaje a la muerte fulminante del tiempo somático y el inicio de prórrogas inorgánicas. En el primer reloj al que le sacan las pilas comienza el mito, en el segundo, la vida. Y en realidad, el tiempo sigue. Son metáforas para dignificar la vida. En todo caso, estoy con Roberto Bolaño cuando dice que “toda pisada deja huella, pero toda huella es inmóvil”. Los perros románticos
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